A medida que pasa el tiempo, si algo le agradezco al periodismo es que me diera la oportunidad de conocer a seres irrepetibles como Miguel Romero Esteo (1930-2018). A ese dramaturgo incómodo que sigue vivo, que regresa gracias a la programación que la asociación consagrada a su legado ha vuelto a desplegar para atravesar tanto la fecha de su nacimiento como la de su ‘hasta luego’. Porque olvidarse de él es imposible. Se corrobora en el brillo que enciende la mirada de alguien que siempre que pudo estuvo a su lado, hasta cuando resultaba difícil e ingrato: el director de teatro Rafa Torán. O, si atendemos a la atención que se le presta a su relación con la música, cobra una dimensión especial la anécdota, sobre una situación que en su momento resultaba trascendental, que Tecla Lumbreras –quien también lo visitaba en sus últimos días– acostumbra a recuperar para invocar la esencia de Miguel. La de un guardián de la cultura que antepuso por encima de todo el valor de una guitarra bajo la guadaña de la España clandestina.
Cristóbal G. Montilla
La Opinión de Málaga
26.09.2020